A. Sobre el "cielo"

Los estados finales de la humanidad han sido revelados claramente en las Escrituras. La condición futura de los humanos individuales está determinada en gran medida por las decisiones tomadas en esta vida presente. Estas decisiones afectan al destino de cada individuo para toda la eternidad. 

Hay varias maneras de designar la condición futura de los justos. La más común, por su puesto es “cielo.” Sin embargo, el término mismo necesita ser examinado, porque 'shamayim' y 'ouranos' se utilizan básicamente de tres maneras diferentes en la Biblia:

1. La primera es cosmológica. La expresión “el cielo y la tierra” (o “los cielos y la tierra”) se utiliza para designar a todo el universo. En el relato de la creación se nos dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Jesús dijo: “porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18; 24:35; Lucas 16:17). Se refiere al Padre como “Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25). El cielo ( 'ouranos') es el firmamento en el que están las estrellas (24:29), el aire (Mateo 6:26), el lugar donde se origina el relámpago (Lucas 17:24) y la lluvia (Lucas 4:25). 

2. El segundo significado de “cielo” es casi sinónimo de Dios. Entre los ejemplos encontramos la confesión del hijo pródigo a su padre: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lucas 15:18, 21); la pregunta de Jesús a los fariseos: “El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres? (Mateo 21:25); y la declaración de Juan el Bautista: “Respondió Juan: —No puede el hombre recibir nada a menos que le sea dado del cielo” (Juan 3:27). Más destacable es el uso repetido de Mateo de la expresión “reino de los cielos” donde Lucas en pasajes paralelos tiene “reino de Dios”. Escribiendo a una audiencia judía, que no pronunciaba el nombre Yahvé, Mateo utilizó “cielo” como sinónimo de Dios.

3. El tercer significado de la palabra cielo, y el más significativo para nuestros propósitos, es el de morada de Dios. Según esto, Jesús enseñó a sus discípulos a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9). A menudo hablaba de “vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16, 45; 6:1; 7:11; 18:14) y “mi Padre que está en el cielo” (Mateo 7:21; 10:32, 33; 12:50; 16:17; 18:10, 19). La expresión “Padre celestial” expresa la misma idea (Mateo 5:48; 6:14, 26, 32; 15:13; 18:35). Se dice que Jesús vino del cielo: “Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo” (Juan 3:13; 3:31; 6:42, 51). Los ángeles vienen del cielo (Mateo 28:2; Lucas 22:43) y regresan al cielo (Lucas 2:15). Viven en el cielo (Marcos 13:32) donde contemplan a Dios (Mateo 18:10) y llevan a cabo la voluntad del Padre perfectamente (Mateo 6:10). Incluso se hace referencia a ellos como huestes celestiales (Lucas 2:13).

Es desde el cielo desde donde se manifestará Cristo (1 Tesalonicenses 1:10; 4:16; 2 Tesalonicenses 1:7). Él se ha ido al cielo para preparar una morada eterna para los creyentes. No conocemos la naturaleza precisa de esta actividad, pero resulta claro que él está preparando un lugar donde los creyentes estarán en comunión con él: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3).

Como morada de Dios, el cielo es obviamente donde estarán los creyentes para toda la eternidad. Porque Pablo dijo: “Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17). Sabemos que este Señor con el que estaremos siempre está en el cielo, en presencia del Padre: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17; Hechos 1:10-11). Él ahora está allí: “porque no entró Cristo en el santuario hecho por los hombres, figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).

En consecuencia, estar con Cristo es estar con el Padre en el cielo. El creyente debe prepararse para el cielo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan” (Mateo 6:19-20). Pedro escribe que los creyentes han renacido “para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo final” (1 Pedro 1:4-5). Pablo de forma similar habla de “la esperanza que os está guardada en los cielos” (Colosenses 1:5) y de un tiempo futuro cuando todas las cosas en el cielo y en la tierra se unirán en Cristo: Dios tiene una voluntad “de reunir todas las cosas en Cristo, en el cumplimiento de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra” (Efesios 1:10).


La naturaleza del cielo

El cielo es, primero y ante todo, la presencia de Dios. En Apocalipsis 21:3 el nuevo cielo se asemeja al tabernáculo, el lugar en el que Dios había habitado con el Israel del Antiguo Testamento: una gran voz desde el trono decía “El tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios”. La intención de Dios desde el principio, estar en comunión con los humanos, le condujo primero a crear la raza humana, después a habitar en el tabernáculo y el templo, más tarde a la encarnación y finalmente a llevarse a los humanos con él (cielo). A veces, especialmente en las presentaciones populares, se representa el cielo principalmente como un lugar de grandes placeres físicos, un lugar donde todo lo que más hemos deseado aquí en la tierra se verá cumplido hasta el grado más alto. De esa manera el cielo parece ser las condiciones meramente terrenales (e incluso mundanas) ampliadas. Sin embargo, la perspectiva correcta es ver la naturaleza básica del cielo como la presencia de Dios, a partir de la cual se derivan todas las bendiciones del cielo.

La presencia de Dios significa que tendremos un conocimiento perfecto. A este respecto la tradición católica ha dado mucha importancia a la idea de que en el cielo tendremos una visión beatífica de Dios. Aunque quizá está un poco exagerado, este concepto sí que capta la verdad importante de que por primera vez veremos y conoceremos a Dios de forma directa. Pablo comenta que ahora: “En parte conocemos y en parte profetizamos; pero cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará... Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Corintios 13:9-12). Juan habla del efecto que la presencia de Dios tendrá en el creyente: “Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).

El cielo también se describe como la eliminación de todos los males. Estando con su pueblo “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron” (Apocalipsis 21:4). La fuente misma del mal, el que nos tienta a pecar, también se habrá ido: “Y el diablo, que los engañaba, fue lanzado en el lago de fuego y azufre donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 20:10). La presencia del perfectamente santo Dios y del Cordero sin mancha significa que no habrá pecado o mal de ninguna clase.

Como la gloria proviene de la naturaleza misma de Dios, el cielo será un lugar de gran gloria. El anuncio del nacimiento de Jesús estuvo acompañado de las palabras: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14). Palabras similares se pronunciaron en su entrada triunfal en Jerusalén: “¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” (Lucas 19:38). La segunda venida de Cristo será en gran gloria (Mateo 24:30), y se sentará en su trono de gloria (Mateo 25:31). Jesús le dijo a la multitud que vendría “en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mateo 8:38). Imágenes que sugieren el gran tamaño o la luz brillante describen el cielo como un lugar de inimaginable esplendor, grandeza, excelencia y bondad. La nueva Jerusalén que descenderá del cielo de parte de Dios se describe como hecha de oro puro (incluso sus calles son de oro puro) y decorada con piedras preciosas (Apocalipsis 21:18-21). Es probable que aunque en la visión Juan esté empleando metáforas de las cosas que nosotros consideramos de más valor y más bellas, el esplendor real del cielo exceda cualquier cosa que nosotros hayamos experimentado. No es necesario que exista sol ni luna para iluminar la nueva Jerusalén: “porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lumbrera” (Apocalipsis 21:23, 22:5).


La actividad en el cielo

Las Escrituras hablan relativamente poco sobre las actividades que los redimidos realizarán en el cielo, pero tenemos visiones fugaces de lo que será nuestra futura existencia. Una cualidad de nuestra vida futura en el cielo es el reposo. El escritor de la carta a los hebreos da mucha importancia a este concepto. Descanso, tal como se utiliza el término en hebreos, no es meramente un cese de la actividad,
sino la experiencia de alcanzar un objetivo de gran importancia. Por tanto, hay referencias frecuentes al peregrinaje a través del desierto en busca del “reposo” de la Tierra prometida (Hebreos 3:11, 18), cuya consecución supuso la terminación de un proceso extremadamente difícil y laborioso. Un reposo similar espera a los creyentes: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios, porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Hebreos 4:9-11). La gente de la que se trata aquí son los “hermanos santos, participantes del llamamiento celestial” (3:1). El cielo, pues, será la finalización del peregrinaje cristiano, el fin de la lucha contra la carne, el mundo y el demonio. 

Otra faceta de la vida en el cielo es la alabanza. Una imagen vívida la encontramos en Apocalipsis 19:

“Después de esto oí una gran voz, como de una gran multitud en el cielo, que
decía: ‘¡Aleluya! Salvación, honra, gloria y poder son del Señor Dios nuestro,
porque sus juicios son verdaderos y justos, pues ha juzgado a la gran ramera que
corrompía la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de
la mano de ella’. Otra vez dijeron: ‘¡Aleluya! El humo de ella ha de subir por los
siglos de los siglos’. Entonces los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes
se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono. Decían:
‘¡Amén! ¡Aleluya!”
(vv. 1-4).

Encontramos relatos similares en otras partes de las Escrituras. Por ejemplo el profeta Isaías relata una visión que tuvo del Señor sentado en un trono alto y sublime. Un serafín le daba voces a otro diciendo: “¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!” (Isaías 6:3). De estas descripciones del cielo parece deducirse que sus habitantes adoran y alaban con regularidad a Dios. En consecuencia, es posible esperar que los redimidos se unan a ellos en una actividad similar después de la venida del Señor, el gran juicio y el establecimiento de su reino celestial. En este sentido, los creyentes genuinos continuarán la actividad que comenzaron en la tierra. Nuestra alabanza y adoración aquí y ahora son preparación y práctica para el futuro empleo de nuestras voces y corazones.

Evidentemente también habrá un elemento de servicio en el cielo. Porque cuando Jesús estaba en la región de Judea más allá del Jordán, le dijo a sus discípulos que juzgarían con él: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido, también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28). Después, en la última cena, dijo: “Y vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un Reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Lucas 22:28-30). No está claro lo que implica este juzgar, pero aparentemente es un servicio o trabajo que se hace en nombre del Rey. Puede que haya un paralelismo aquí con el dominio que se pretendía que tuvieran originalmente los humanos en el jardín del edén. Tenían que servir por debajo del Señor o como vicerregentes, llevando a cabo la obra de Dios en su nombre. En la parábola de los talentos en Mateo 25:14-30, la recompensa por el trabajo hecho con fidelidad es tener más ocasión para trabajar. Como esa parábola se produce en una situación escatológica, puede ser una indicación de que la recompensa por la obra realizada fielmente aquí en la tierra será obra en el cielo. Apocalipsis 22:3 nos dice que el Cordero será alabado por “sus siervos”.

También se sugiere que en el cielo habrá un cierto tipo de comunidad o comunión entre creyentes: “Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos. Os habéis acercado a Dios, Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús, Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel” (Hebreos 12:22-24). El cielo es un lugar de espiritualidad perfeccionada.


Otras cuestiones sobre el cielo

Una de las preguntas que se debaten sobre el cielo es si es un lugar o un estado. Por una parte, se debería señalar que la característica principal del cielo es su cercanía y comunión con Dios y que Dios es puro espíritu (Juan 4:24). Como Dios no ocupa espacio, que es una característica propia de nuestro universo, parece que el cielo debería ser un estado, una condición espiritual, y no un lugar.

Por otra parte, está la consideración de que tendremos cuerpos de algún tipo (aunque serán “cuerpos espirituales”) y que Jesús probablemente continúe teniendo también un cuerpo glorificado. Aunque no ocupar un lugar puede tener sentido cuando estamos pensando en la inmortalidad del alma, la resurrección del cuerpo parece hacer necesaria la existencia de un lugar. Además, las referencias paralelas al cielo y a la tierra sugieren que, como la tierra, el cielo debe de ser un lugar. La más familiar de estas referencias es: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:9-10). Sin embargo, debemos tener en cuenta que el cielo es otro ámbito, otra dimensión de la realidad, así que es difícil saber qué características del mundo son aplicables también al mundo venidero, y qué significa el término lugar en relación con el escatón. Probablemente es más seguro decir que aunque el cielo es a la vez un estado y un lugar, es principalmente un estado. La marca distintiva del cielo no será un lugar particular, sino una condición de bendición, de estar sin pecado, de gozo y de paz. La vida en el cielo, según esto, será más real que nuestra vida actual.

Un segundo asunto es la cuestión de los placeres físicos. Jesús indicó que en la resurrección no se casarán ni se darán en casamiento (Mateo 22:30; Marcos 12:25; Lucas 20:35). Como el sexo en esta vida está restringido al matrimonio (1 Corintios 7:8-11), aquí tenemos un argumento para la no existencia de sexo en el cielo. El gran valor que Pablo da a la virginidad (1 Corintios 7:25-35) sugiere la misma conclusión. ¿Qué ocurre con comer y beber? Apocalipsis 19:9 hace referencia a 'la cena de las bodas del Cordero'. Y Jesús les dijo a sus discípulos en la última cena: “Os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mateo 26:29). A la vista de que las referencias a Cristo y la iglesia como esposa y esposo son simbólicas, al igual que las referencias a Cristo como Cordero, la cena de bodas supuestamente también debe ser simbólica.
Aunque Jesús comió en su cuerpo resucitado (Lucas 24:43; cf. Juan 21:9-14), se debería tener en cuenta que había resucitado, pero todavía no había ascendido, así que la transformación de su cuerpo todavía no era completa. La cuestión que surge es: si no hay comida y no hay sexo, ¿habrá placeres en el cielo? Se debe entender que las experiencias en el cielo superarán con mucho cualquier cosa que hayamos experimentado aquí. Pablo dijo: “Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:9-10). Es probable que las experiencias del cielo se tengan que considerar, por ejemplo, como algo suprasexual, sobrepasando los límites de la experiencia de la unión sexual con esa persona especial con la que uno ha escogido tener un compromiso permanente y exclusivo.

El tercer tema es el de la perfección. En esta vida obtenemos satisfacción de la madurez, el progreso y el desarrollo. Nuestro estado de perfección en el cielo ¿no será una situación un tanto aburrida e insatisfactoria para nosotros? ¿No debe haber madurez para que el cielo sea realmente cielo? Esta suposición se basa en la filosofía del proceso, en la concepción de que el cambio es la esencia de la realidad. Un cielo sin cambio es imposible o increíble. Algunos incluso argumentarían que como los niños van al cielo, debe haber crecimiento en el cielo, para que puedan madurar.

John Baillie
John Baillie
Aunque existe una fuerza existencial a la afirmación de que no podemos estar satisfechos a menos que se produzca un crecimiento en nosotros, esto es una extrapolación ilegítima de la vida tal como la conocemos ahora. La frustración y el aburrimiento se producen en esta vida cada vez que el desarrollo se paraliza en un momento concreto, no llegando a la perfección. Sin embargo, si éste se consiguiera completamente, si no hubiera un sentimiento de deficiencia o insuficiencia, probablemente no existiría la frustración. La situación estable en el cielo no es un estado fijo de no haber llegado al objetivo, sino un estado de plenitud más allá del cual no se puede avanzar. La satisfacción que procede de saber que se produce un progreso proviene precisamente de saber que estamos más cerca de conseguir el objetivo deseado. Alcanzar el objetivo nos traerá la satisfacción total. Por tanto, no habrá crecimiento en el cielo. Sin embargo, continuaremos ejercitando el carácter perfecto que hemos recibido de Dios. John Baillie (1886-1960) habla de “desarrollo en la plenitud” por oposición al “desarrollo hacia la plenitud.”

También está la cuestión de cuánto sabrán o recordarán los redimidos en el cielo. ¿Recordaremos a aquellos que nos han sido cercanos en esta vida? Mucho del interés popular por el cielo surge de la expectación por reunirnos con las personas amadas. ¿Seremos conscientes de la ausencia de los familiares y de los amigos cercanos? ¿Recordaremos los actos pecaminosos que hicimos y las buenas obras que omitimos en esta vida? Si es así, ¿no nos llevará todo esto a sentir pena y a lamentarnos? Con respecto a estas cuestiones debemos necesariamente admitir cierta ignorancia. No parece que, por la respuesta de Jesús a la pregunta de los saduceos sobre la mujer que había tenido siete maridos, todos ellos hermanos (Lucas 20:27-40), vaya a haber uniones familiares como tal. Por otra parte, los discípulos fueron capaces de reconocer a Elías y a Moisés en la transfiguración (Mateo 17:1-8; Marcos 9:2-8; Lucas 9:28-36). Este hecho sugiere que habrá algunos indicadores de identidad personal mediante los cuales podremos reconocernos unos a otros. Pero podríamos deducir que no recordaremos nuestros fracasos, pecados pasados ni a las personas amadas que hemos perdido, ya que esto introduciría una pena que es incompatible con “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron” (Apocalipsis 21:4).

Una quinta cuestión es si habrá distintas recompensas en el cielo. Que aparentemente habrá grados de recompensas es evidente, por ejemplo, en la parábola de las diez minas (Lucas 19:11-27). Un noble les dio una mina a cada uno de sus diez siervos. Cada uno de ellos le devolvió una cantidad diferente y fueron recompensados en función de su fidelidad. Pasajes que apoyan esto son Daniel 12:3: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, a perpetua eternidad” y 1 Corintios 3:14-15: “Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, él recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quema, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”. Por otro lado, en la Biblia también observamos ciertas 'coronas' o recompensas a los creyentes: 2 Timoteo 4:8: "Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida". Santiago 1:12: "Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman". 1 Pedro 5:4: "Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria". Apocalipsis 2:10: "No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida".