"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda" (Apocalipsis 21:1-8).
¿De qué manera o de qué forma realizará Dios esta nueva creación? No lo sabemos. Las Escrituras no ofrecen más información en cuanto este asunto. No obstante, el profeta Isaías, 700 años a.C., ya escribía sobre esta nueva creación: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Isaías 65:17, 66:22; cf. 2 Corintios 5:17; 2 Pedro 3:13). Incluso en algunos capítulos apócrifos de Esdras o Enoc, se pueden encontrar referencias al nacimiento de un futuro nuevo cosmos. Como vemos, esto no era nuevo para los profetas del Antiguo Testamento ni para algunos autores del Nuevo Testamento como los apóstoles Pablo o Pedro. Lo que sí es nuevo -he aquí la gracia de la revelación progresiva de las Escrituras- es la riqueza en detalles que el apóstol Juan nos brinda sobre este nuevo mundo y su santa ciudad, la Nueva Jerusalén.
Según el apóstol Pedro, los cielos y la tierra que existen ahora están esperando ser consumidos por el fuego (2 Pedro 3:7-12; cf. Romanos 8:21-22) para dar paso a una nueva y mejor creación. Un nuevo cielo, una nueva tierra y una ciudad nueva donde sus moradores experimentarán una comunión definitiva y absoluta con el Señor, aquel quien murió en la cruz -sin tener que hacerlo- por nuestros pecados.
En su libro de revelaciones, el apóstol Juan distingue una nueva creación en la cual “el mar ya no existe más” (Apocalipsis 21:1). No podemos saber si esta visión es literal o no pues el término ‘mar’ también puede usarse para describir un estado de confusión, agitación o desorden (Isaías 17:12, 57:20-21; cf. Lucas 21:25). Lo que si resulta claro es que el caos ya no existirá en la nueva creación de Dios. Seguidamente, el evangelista Juan presencia en su visión una ciudad que desciende del mismo cielo, se trata de la Nueva Jerusalén (Isaías 54:11-12, 59:14; Ezequiel 48:35; Gálatas 4:26; Hebreos 12:22, 14; Apocalipsis 3:12, 21:10). Lo que sí es importante destacar ahora es que, en la venidera y ulterior creación de Dios, no se derramarán lágrimas de tristeza, llanto o dolor; ni clamores ni lamentos por el sufrimiento de injusticias. Para los hijos de Dios, para los vencedores espirituales (Romanos 8:28-39), será un estado de felicidad eterna, la misma dicha -o seguramente una mejor- que la perdida en el Paraíso (Génesis 2 – 3; Isaías 51:3). Los herederos de la paternidad de Dios gozarán de un estado de alegría y disfrute eterno.