B. Entre la muerte y la resurrección

El llamado “estado intermedio” hace referencia a la condición de los humanos entre la muerte y la resurrección. La cuestión es, ¿cuál es la condición humana durante este periodo de tiempo? La doctrina del estado intermedio es un tema a la vez significativo y problemático. Por lo tanto es doblemente importante examinar cuidadosamente esta doctrina que es en cierta manera extraña.

Hay dos razones principales por las cuales muchos cristianos se sienten incapaces de responder ante esta situación. Aparte de la relativa escasez de referencias bíblicas al estado intermedio, una es que la iglesia primitiva esperaba que el periodo entre la partida de Jesús y su regreso fuera relativamente corto; por tanto el periodo entre la muerte de cualquier ser humano y su resurrección también sería relativamente corto. La otra es que cualquiera que sea su duración, el estado intermedio es solamente temporal y, por lo tanto, no preocupaba a los primeros creyentes tanto como los estados finales del cielo y el infierno.

Antes del siglo XX, la ortodoxia había elaborado una doctrina bastante coherente. Al creer en una especie de dualismo del cuerpo y el alma (o espíritu) en la persona, los ortodoxos mantenían que parte del humano sobrevivía a la muerte. La muerte consistía en la separación del alma y el cuerpo. El alma inmaterial vivía una existencia personal consciente mientras que el cuerpo se descomponía. Con la segunda venida de Cristo, habría una resurrección de un cuerpo renovado o transformado, que se reuniría con el alma. Por tanto, la ortodoxia mantenía a la vez la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo.

Harry Emerson Fosdick
Sin embargo, el liberalismo rechazó la idea de la resurrección del cuerpo. Harry Emerson Fosdick (1879-1969), por ejemplo, creía que esa doctrina era demasiado materialista. Además, muchos liberales la consideraban mitológica y científicamente imposible. Es absurdo pensar que un cuerpo que se ha descompuesto, y que incluso puede haber sido incinerado, y sus cenizas esparcidas, puede ser devuelto a la vida. Los liberales, que querían dar cierta continuidad a la vida tras la muerte, reemplazaron la idea de la resurrección del cuerpo con la de la inmortalidad del alma. Aunque el cuerpo puede morir y descomponerse, el alma, al ser inmortal, sigue viviendo. Como los que mantenían esta teoría no anticipaban ninguna resurrección futura, tampoco creían en una segunda venida corpórea de Cristo.

La neoortodoxia asumió una visión bastante diferente sobre el tema. Según estos teólogos, la idea de la inmortalidad del alma era un concepto griego, no bíblico. Procedía de la noción de que toda materia, incluido el cuerpo, es inherentemente mala, y que la salvación consiste en liberar el alma (o espíritu) buena del cuerpo malo. Por su parte la esperanza neoortodoxa para el futuro reside en la resurrección del cuerpo. Aunque algunos tuvieron mucho cuidado en distinguir este concepto del de la resurrección de la carne, se estaba teniendo en mente cierta forma de resurrección corporal. Tras esta idea estaba la idea monista de la persona como unidad radical: la existencia significa existencia corporal; no hay entidad espiritual separada para sobrevivir a la muerte y existir aparte del cuerpo. Así, mientras que el liberalismo mantenía la inmortalidad del alma, la neoortodoxia defendía la resurrección del cuerpo. Ambas escuelas de pensamiento estaban de acuerdo en que eran mutuamente excluyentes. O sea, era cuestión de o una o la otra; no pensaron en la posibilidad de ambas a la vez