D. La Resurrección

El principal resultado de la segunda venida de Cristo, desde el punto de vista individual de la escatología, es la resurrección. Esta es la base para la esperanza del creyente cuando se enfrenta a la muerte. Aunque la muerte es inevitable, el creyente anticipa el ser liberado de su poder. 
 
 

La Biblia promete claramente la resurrección del creyente. El Antiguo Testamento nos ofrece varias declaraciones directas, la primera la encontramos en Isaías 26:19: “Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! Porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra entregará sus muertos”. Daniel 12:2 enseña tanto la resurrección del creyente como del malvado: “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua”. La idea de la resurrección también se afirma en Ezequiel 37:12-14: “Por tanto, profetiza, y diles que así ha dicho Jehová, el Señor: Yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío; os haré subir de vuestras sepulturas y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis, y os estableceré en vuestra tierra. Y sabréis que yo, Jehová, lo dije y lo hice, dice Jehová”.

Es muy significativo que Jesús y los escritores del Nuevo Testamento mantuvieran que el Antiguo Testamento enseña la resurrección. Cuando fue preguntado por los saduceos, que negaban la resurrección, Jesús les acusó de error debido a la falta de conocimiento de las Escrituras y del poder de Dios (Marcos 12:24), y después siguió argumentando a favor de la resurrección basándose en el Antiguo Testamento: “Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés cómo le habló Dios en la zarza, diciendo: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? ¡Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos! Así que vosotros mucho erráis” (vv. 26-27). Pedro (Hechos 2:24-32) y Pablo (Hechos 13:32-37) vieron Salmos 16:10 como una predicción de la resurrección de Jesús. Hebreos 11:19 elogia la fe de Abraham en la habilidad de Dios para resucitar a la gente de entre los muertos: “porque pensaba que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también lo volvió a recibir”.

El Nuevo Testamento, por supuesto, enseña la resurrección con mucha más claridad. Ya hemos señalado la réplica de Jesús a los saduceos, que se recoge en los tres evangelios sinópticos (Mateo 22:29-32; Marcos 12:24-27; Lucas 20:34-38). Y Juan recoge varias ocasiones adicionales en las que Jesús habla de la resurrección. Una de las declaraciones más claras es Juan 5: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán... No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (vv. 25, 28-29). Otras afirmaciones de la resurrección se encuentran en Juan 6:39-40, 44, 54, y la narración de la resurrección de Lázaro (Juan 11, especialmente vv. 24-25).

Las epístolas del Nuevo Testamento también dan testimonio de la resurrección. Pablo claramente creía y enseñaba que iba a haber una futura resurrección del cuerpo. El pasaje clásico y más extenso es 1 Corintios 15. La enseñanza se señala especialmente en los versículos 51 a 52: “Os digo un misterio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados”. También se enseña con claridad la resurrección en 1 Tesalonicenses 4:13-16 y de forma implícita en 2 Corintios 5:1-10. Y cuando Pablo apareció ante el concilio, creó disensiones entre fariseos y saduceos al declarar: “Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga” (Hechos 23:6); hizo una declaración similar ante Félix (Hechos 24:21). Juan también afirma la doctrina de la resurrección (Apocalipsis 20:4-6, 13).

Por otra parte, todos los miembros de la Trinidad están implicados en la resurrección de los creyentes. Pablo nos dice que el Padre resucitará a los creyentes mediante el Espíritu: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús está en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que está en vosotros” (Romanos 8:11). Hay una conexión especial entre la resurrección de Cristo y la resurrección general, un punto que Pablo resalta de forma especial en 1 Corintios 15:12-14: “Pero si se predica que Cristo resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación y vana es también vuestra fe”. En Colosenses 1:18 Pablo hace referencia a Jesús como: “la cabeza del cuerpo que es la iglesia, y es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia”. En Apocalipsis 1:5 Juan de forma similar hace referencia a Jesús como “primogénito de los muertos”. Esta expresión no señala tanto a que Jesús haya sido el primero en el tiempo dentro de un grupo como a su supremacía sobre el grupo (cf. 1:15, “el primogénito de toda la creación”). La resurrección de Cristo es la base de la confianza y esperanza de los creyentes. Pablo escribe: “Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4:14). Y aunque el contexto no menciona explícitamente la resurrección general, al inicio de su primera epístola Pedro vincula el nuevo nacimiento y la esperanza de vida del creyente a la resurrección de Cristo y después toma en consideración la segunda venida, cuando la fe genuina traiga como resultado la alabanza, la gloria y el honor (1 Pedro 1:3-9).

 

De naturaleza corporal

Varios pasajes del Nuevo Testamento afirman que el cuerpo será devuelto a la vida. Uno de ellos es Romanos 8:11: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús está en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que está en vosotros”. En Filipenses 3:20-21 Pablo escribe: “Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso semejante al suyo, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”. En el capítulo de la resurrección, 1 Corintios 15, dice: “se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo natural, también hay un cuerpo espiritual” (v. 44, NVI). Pablo también deja claro que la idea de que la resurrección ya haya sucedido, o sea, en forma de resurrección espiritual no incompatible con el hecho de que los cuerpos todavía sigan en las tumbas, es una herejía. Hace esto cuando condena las ideas de Himeneo y Fileto: “que se desviaron de la verdad diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos” (2 Timoteo 2:18).

Además, hay conclusiones o evidencias indirectas de la naturaleza corporal de la resurrección. La redención del creyente se dice que implica al cuerpo y no sólo al alma: “Sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora. Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:22-23). En 1 Corintios 6:12-20 Pablo señala la importancia espiritual del cuerpo. Esto está en claro contraste con la idea de los gnósticos, que minimizaban el cuerpo. Mientras que algunos gnósticos sacaron la conclusión de que al cuerpo, por ser malo, se le debe aplicar un ascetismo estricto, otros creían que lo que se hiciera con el cuerpo era espiritualmente irrelevante, y por tanto se dejaban llevar por un comportamiento licencioso. Sin embargo, Pablo insiste en que el cuerpo es santo. Nuestros cuerpos son miembros de Cristo (v. 15). El cuerpo es templo del Espíritu Santo (v. 19). “El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor y el Señor para el cuerpo” (v. 13). A la vista del énfasis que se pone en el cuerpo, la frase que sigue inmediatamente es sin duda un argumento a favor de la resurrección del cuerpo: “Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder” (v. 14). La conclusión de todo el pasaje es: “glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (v. 20).

Otro argumento indirecto para el carácter corporal de la resurrección es que la resurrección de Jesús fue de naturaleza corporal. Cuando Jesús se apareció a sus discípulos, estos se asustaron pensando que estaban viendo un espíritu. Él les calmó diciendo: “¿Por qué estáis turbados y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo” (Lucas 24:38-39). Y cuando más tarde se le apareció a Tomás, que se había mostrado escéptico ante su resurrección, Jesús dijo: “Pon aquí tu dedo y mira mis manos; acerca tumano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27). Que Jesús fuera visto, escuchado y reconocido por sus discípulos sugiere que tenía un cuerpo similar al que poseía anteriormente. El hecho de que la tumba estuviera vacía y el cuerpo nunca fuera hallado por los enemigos de Cristo es una indicación más de la naturaleza corporal de su resurrección. La conexión especial entre la resurrección de Cristo y la del creyente es un argumento a favor de que nuestra resurrección también sea corporal.

Ahora nos enfrentamos a la cuestión de qué significa exactamente decir que la resurrección afecta al cuerpo. Hay ciertos problemas en considerar la resurrección como una mera resucitación física. Uno es el de suponer que el cuerpo estará sujeto de nuevo a la muerte. Sin embargo, Pablo habla de un nuevo cuerpo “incorruptible” en contraste con el cuerpo “corruptible” que es enterrado (1 Corintios 15:42). Un segundo problema es el contraste que se hace entre “cuerpo natural [con alma]” que se siembra y el “cuerpo espiritual” que se resucita (v. 44). Hay una diferencia significativa entre los dos, pero no sabemos la naturaleza exacta de esa diferencia. Además, hay declaraciones explícitas que excluyen la posibilidad de que el cuerpo resucitado sea puramente físico. Pablo dice hacia el final de su discurso sobre la resurrección del cuerpo: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Corintios 15:50). La respuesta de Jesús a los saduceos: “pues en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo” (Mateo 22:30), parece implicar lo mismo. Finalmente, está el problema de cómo un cuerpo se puede reconstituir a partir de las moléculas que pueden haber formado parte del cuerpo de otra persona. El canibalismo presenta el ejemplo más extremo de este problema. Pero los cuerpos humanos que sirven para fertilizar los campos donde crecen las cosechas y las cenizas que se esparcen por un río del cual se bebe el agua son otros casos a tener en cuenta. Una parodia absurda de la pregunta de los saduceos: “En la resurrección, ¿de cuál de ellos será ella mujer?” (Marcos 12:23), podría ser: “En la resurrección, ¿de quién serán las moléculas?”.

Lo que tenemos, pues, es algo más que una supervivencia después de la muerte mediante el espíritu o el alma; sin embargo, este algo más no es simplemente una resucitación física. Hay una utilización del viejo cuerpo, pero con una transformación durante el proceso. Este nuevo cuerpo tiene cierta conexión o identidad con el antiguo, pero está constituido de forma diferente. Pablo habla de él como de un cuerpo espiritual (1 Corintios 15:44), pero no lo elabora. Utiliza la analogía de una semilla y la planta que surge de ella (v. 37). Lo que surge del suelo no es exactamente lo que se plantó. No obstante, surge de esa semilla original.

El problema filosófico aquí es la base de la identidad. ¿Qué es lo que marca a cada uno de nosotros como el mismo individuo en el nacimiento, como adulto y en la resurrección? El adulto es la misma persona que el niño, a pesar de los cambios que se producen en el cuerpo humano. De la misma forma, a pesar de la transformación que se produce en la resurrección sabemos por Pablo que seguiremos siendo la misma persona.

A veces se asume que nuestros nuevos cuerpos serán como el de Jesús en el periodo inmediatamente posterior a su resurrección. Su cuerpo aparentemente tenía las marcas físicas de la crucifixión, y se le podía ver y tocar (Juan 20:27). Lucas 24:28-31, 42-43 y Juan 21:9-15 parecen indicar que comió. Sin embargo, se debería tener en cuenta que la exaltación de Jesús todavía no se había completado. La ascensión, que implicaba la transición de este universo espacio-tiempo a la esfera espiritual del cielo, puede que haya producido otra transformación. El cambio que sucederá en nuestros cuerpos en la resurrección (o, en el caso de los que todavía estén vivos, en la segunda venida) sucedió en dos etapas en su caso. Nuestro cuerpo resucitado será como el cuerpo actual de Jesús, no como el cuerpo que tuvo Jesús entre su resurrección y su ascensión. No tendremos esas características que tuvo el cuerpo terrenal resucitado de Jesús que son incoherentes con las descripciones de nuestros cuerpos resucitados (o sea, ser físicamente tangibles y tener necesidad de comer).

Concluimos que habrá una realidad corporal de algún tipo de resurrección. Habrá cierta conexión y surgirá de nuestro cuerpo original, pero, no obstante, no se tratará de una mera resucitación de nuestro cuerpo original. Más bien será una transformación o metamorfosis. Una analogía podría ser la petrificación de un tronco o una cepa. Aunque la forma siga siendo la del objeto original, la composición es completamente diferente. Tenemos dificultades para entender por qué no sabemos la naturaleza exacta del cuerpo resucitado. Sin embargo, parece que retendrá y a la vez glorificará la forma humana. Estaremos libres de las imperfecciones y necesidades que tuvimos en la tierra.


Tanto de justos como de injustos

La mayoría de las referencias a la resurrección son a la resurrección de los creyentes. Isaías 26:19 habla de la resurrección de una manera que indica que es una recompensa. Jesús habla de “resurrección de los justos” (Lucas 14:14). En sus palabras a los saduceos declara que “los que son tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento” (Lucas 20:35). Le afirma a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Jua. 11:25-26). En Filipenses 3:11 Pablo expresa su deseo y esperanza “si es que en alguna manera logro llegar a la resurrección de entre los muertos”. Ni los evangelios sinópticos ni los escritos de Pablo hacen una referencia explícita a que los no creyentes sean resucitados de entre los muertos.

Por otra parte, una serie de pasajes indican una resurrección de los no creyentes. Daniel 12:2 dice: “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua”. Juan cuenta unas palabras similares de Jesús: “No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29). Pablo, en su defensa ante Félix, dijo: “Pero esto te confieso: que, según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres; creo todas las cosas que en la Ley y en los Profetas están escritas; con la esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hechos 24:14-15). Y como tanto creyentes como no creyentes estarán presentes e implicados en el juicio final, concluimos que la resurrección de ambos es necesaria.