Valle de Hinom o Gehena (Jeremías 32:35) |
La doctrina del castigo eterno parece ser para algunos una idea pasada de moda o poco cristiana. Parte del problema procede de lo que parece ser una tensión entre el amor de Dios, una característica cardinal de la naturaleza de Dios, y su juicio. No obstante, sea cual sea nuestra forma de considerar la doctrina del castigo eterno, está claro que se enseña en las Escrituras.
La Biblia emplea varias imágenes para expresar el estado futuro de los injustos. Jesús dijo: “Entonces dirá también a los de la izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41). De la misma manera describió su estado como oscuridad exterior: “pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 8:12). La condición final de los malvados también se dice que es de castigo eterno (Mateo 25:46), tormento (Apocalipsis 14:10-11), el pozo del abismo (Apocalipsis 9:1-2, 11), la ira de Dios (Romanos 2:5), la muerte segunda (Apocalipsis 21:8), la destrucción eterna y la exclusión de la presencia del Señor (2 Tesalonicenses 1:9).
Si hay una característica básica del infierno, es, en contraste con el cielo, la ausencia de Dios o el estar excluido de su presencia. Es una experiencia de angustia intensa, ya sea que implique el sufrimiento físico o mental o ambos. Hay otros aspectos de la situación del individuo perdido que contribuyen a su miseria. Uno es la sensación de soledad, de haber visto la gloria y grandeza de Dios, de haberse dado cuenta de que él es el Señor de todos y después haber sido alejado de él. Uno se da cuenta de que esta separación es permanente. De la misma manera, la condición moral y espiritual de uno mismo es permanente. Lo que uno sea al final de la vida, seguirá siendo así para toda la eternidad. No existe base para esperar un cambio para mejor. Por lo tanto, la desesperanza cae sobre el individuo.
Orígenes de Alejandría |
John Arthur Thomas Robinson |
Más allá de estas consideraciones hay declaraciones definidas de lo contrario. Por ejemplo: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41). La parábola del hombre rico y Lázaro (Lucas 16:19-31), aunque se relaciona más con el estado intermedio que con el final, deja claro que su condición es absoluta. Incluso es imposible pasar de un estado a otro: “Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá” (v. 26). Por lo tanto debemos concluir que el "restauracionismo", la idea de una segunda oportunidad, debe ser rechazada.
No sólo es irreversible el juicio futuro de los no creyentes, sino que su castigo es eterno. No rechazamos únicamente la idea de que todos seremos salvados; también rechazamos la afirmación de que nadie será castigado eternamente. La escuela de pensamiento conocida como "aniquilacionismo", por su parte, mantiene que aunque no todo el mundo se salvará, sólo habrá un tipo de existencia futura. Los que se salven tendrán una vida interminable; los que no se salven serán eliminados o aniquilados. Simplemente dejarán de existir. Aunque concede que no todo el mundo merece ser salvado, recibir la bendición eterna, esta posición mantiene que nadie merece el sufrimiento eterno.
El problema de la doctrina del aniquilacionismo es que contradice la enseñanza de la Biblia. Varios pasajes afirman la eternidad del castigo de los malvados. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se hace referencia al fuego interminable o inextinguible. Isaías 66:24, por ejemplo, dice: “Saldrán y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá ni su fuego se apagará. Y serán abominables para todo ser humano”. Jesús utiliza las mismas imágenes para describir el castigo de los pecadores: “Si tu mano te es ocasión de caer, córtala, porque mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga. Y si tu pie te es ocasión de caer, córtalo, porque mejor te es entrar en la vida cojo, que teniendo dos pies ser arrojado al infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga. Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo, porque mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser arrojado al infierno, donde el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga” (Mr. 9:43-48). Estos pasajes dejan bastante claro que el castigo no tiene fin.
Además, hay varios ejemplos en los que palabras como “interminable,” “eterno” y “para siempre” se aplican a nombres que designan el estado futuro de los malvados: fuego o arder (Isaías 33:14; Jeremías 17:4; Mateo 18:8; 25:41; Judas 7), confusión (Daniel 12:2), destrucción (2 Tesalonicenses 1:9), cadenas (Judas 6), tormento (Apocalipsis 14:11; 20:10) y castigo (Mateo 25:46). Es verdad que el adjetivo 'aiōnios' en algunas ocasiones puede hacer referencia a una era, esto es, a un periodo de tiempo muy amplio, en lugar de a la eternidad. Sin embargo, normalmente a menos que se indique lo contrario en el contexto, el significado más común de la palabra es este que tenemos en mente. En los casos que hemos citado, nada en el contexto justifica que podamos entender el término 'aiōnios' de una manera diferente a “eterna.” El paralelismo encontrado en Mateo 25:46 es particularmente llamativo: “Irán estos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”. Si una (la vida) es de duración interminable, el otro (el castigo) debe serlo también.
Surge un problema del hecho de que las Escrituras hablen no sólo de la muerte eterna (lo cual se podría interpretar como que los malvados no serán resucitados), sino también del fuego eterno, del eterno castigo y también del tormento eterno. ¿Qué tipo de Dios es el que no está satisfecho con un castigo finito, sino que hace que los humanos sufran eternamente? Esto parece ir más allá de lo que exige la justicia; parece implicar un terrible deseo de venganza por parte de Dios. El castigo parece muy desproporcionado respecto al pecado, ya que supuestamente, todos los pecados son actos finitos en contra de Dios. ¿Cómo encaja la creencia en un Dios bueno, justo y amoroso con el castigo eterno? La cuestión no debe ser rechazada a la ligera, porque concierne a la esencia misma de la naturaleza de Dios. El hecho de que el infierno, como se entiende a menudo, parezca ser incompatible con el amor de Dios, tal como se revela en las Escrituras, puede ser una indicación de que hemos malinterpretado el infierno.
Deberíamos señalar, primero, que cada vez que pecamos, un factor infinito invariablemente está implicado. Todo pecado es una ofensa contra Dios, el levantamiento de una voluntad finita contra la voluntad de un ser infinito. Es el fracaso de llevar a cabo nuestra obligación a él a quien todo le es debido. En consecuencia, no se puede considerar que el pecado sea simplemente un acto finito que merezca un castigo finito.
Además, si Dios va a cumplir sus objetivos en este mundo, puede que no haya sido libre para hacer que los seres humanos no sean susceptibles de castigo eterno. La omnipotencia de Dios no significa que sea capaz de toda acción concebible. Por ejemplo, no es capaz de hacer cosas lógicamente contradictorias o absurdas. No es capaz de hacer un triángulo de cuatro esquinas. Y podría ser que esas criaturas que Dios pretendía que viviesen para siempre en comunión con él tuviesen que estar formadas de tal manera que experimentaran la angustia eterna si escogían vivir apartadas de su Hacedor. Los humanos estaban diseñados para vivir eternamente con Dios; si trastornaban su destino, experimentarían eternamente las consecuencias de ese acto.
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Deberíamos observar finalmente que, al igual que los creyentes reciben distintas recompensas en el cielo, las enseñanzas de Jesús sugieren que hay distintos grados de castigo en el infierno. Reprochó a las ciudades que habían sido testigos de sus milagros y no se habían arrepentido: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!,...si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma que para ti” (Mateo 11:21-24). Hay una idea similar en la parábola del siervo infiel: “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Pero el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco, porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará, y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas 12:47-48).
El principio aquí parece ser el de que cuanto más grande sea nuestro conocimiento mayor será nuestra responsabilidad, y mayor nuestro castigo si no cumplimos con nuestra responsabilidad. Podría ser que los diferentes grados de castigo en el infierno no sean tanto un asunto de circunstancias objetivas como de conciencia subjetiva de la pena de estar separados de Dios. Este es un paralelismo con nuestro concepto de los distintos grados de recompensa en el cielo. Hasta cierto punto, los diferentes grados de castigo reflejan el hecho de que el infierno es Dios dejando a un ser humano pecador con el carácter particular que la persona formó para sí mismo en la vida. La miseria que uno experimentará teniendo que vivir eternamente con el malvado de uno mismo será proporcional al grado de conciencia que se tuvo de qué se estaba haciendo exactamente cuando se escogió hacer el mal.