TIEMPOS FINALES (9) – Impiedad
Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán… impíos (irreverentes)… (2 Timoteo 3:1,2).
Una definición rápida y sencilla de impiedad es ausencia de piedad. Pablo escribe que la gracia nos enseña a renunciar a la impiedad (Tito 2:11-12). En otro lugar dice: ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? En ninguna manera. La gracia enseña a vivir en la doctrina de la piedad. Esta doctrina tiene su contrapartida en usarla como medio de ganancia. Cuando se usa la doctrina de la piedad con el objetivo de enriquecerse (es el caso de algunas ONGs) hemos entrado en la impiedad; la impiedad de los hombres en los últimos tiempos. Es actuar con irreverencia a la verdad. Sin respeto por la justicia.
La irreverencia es falta de respeto. La falta de respeto a Dios y su palabra es ausencia del temor de Dios. La necedad se afinca en el corazón del hombre y la ausencia de respeto por lo sagrado irrumpirá con fuerza pretendiendo traspasar los límites de la gracia, la libertad del Espíritu, la ley de Dios y hacerlo con presunción, blasfemando de las potestades superiores y exigiendo un sometimiento incondicional en nombre de una autoridad extralimitada. Nuestra sociedad se caracteriza por la falta de respeto a las autoridades: a los padres, los maestros, las leyes humanas y por supuesto la ley de Dios. Este proceso de irreverencia e irresponsabilidad ha instalado la corrupción como compañero habitual de los gobiernos. No se respeta a la mujer ni al marido, los hijos no respetan a los padres, algunos padres desprecian al no nacido y se lo quitan de en medio como si fuera un grano de la pubertad; no se valora en su justa medida el medio ambiente, ni los bienes públicos, en definitiva, los hombres serán impíos, irreverentes.
La respuesta para combatir la impiedad la encontramos en el evangelio donde se nos enseña que presentemos nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, ese es nuestro culto racional; es la manifestación de nuestro respeto y reverencia a Dios. Que nos presentemos a Dios como vivos de entre los muertos, y nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia y piedad. La sana doctrina es conforme a la piedad. Por el fruto se conoce el árbol. Está escrito: Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia (Hebreos 12:28 LBLA). El misterio de la impiedad tiene hoy una fuerza renovada impulsada por leyes inicuas introducidas mediante un lenguaje inclusivo que mezcla y relativiza los valores en un mar de confusión. Ese mar embravecido por la soberbia expulsa oleadas de maldad que están anegando a esta generación