TIEMPOS FINALES (4) – Jactanciosos
Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán… jactanciosos… (2 Timoteo 3:1,2).
¿Cómo debemos entender que Pablo diga que los tiempos finales serán difíciles o peligrosos porque los hombres serán vanidosos? ¿Es que la vanidad o jactancia no es un compañero inseparable del ser humano? ¿A qué se refiere? Por supuesto, siempre ha habido personas egoístas, avaras y vanidosas, pero el apóstol vio que en los días antes del fin habría una generalización de la vanidad del hombre. Desde el siglo XVIII y XIX, con el despliegue industrial, el hombre ha elevado su nivel de autosuficiencia y vanidad a unos niveles nunca antes vistos. Hemos llegado a la Luna, conquistado el ciber espacio, creado la bomba atómica y tantos y tantos avances de la ciencia, que el hombre postmoderno tiende a pensar que es dueño de su propio destino. Cree ser su propio dios.
El Humanismo ha elevado al hombre como centro de todas las cosas. Las nuevas generaciones nacen con un ego elevado a la máxima potencia; su fanfarronería les impide respetar si quiera a los mayores. Los niveles de arrogancia y vanagloria son más elevados que los del CO2 en la atmósfera. La mayor de las jactancias es pensar que el hombre no necesita a Dios. Es su propio dios. La Biblia dice que Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. La jactancia del hombre actual le lleva a elevarse por encima de Dios. El hombre de hoy se alaba a sí mismo, cree que no hay nadie como él, desprecia a los demás. Jesús dijo que los días finales serían como los días de Noé y los días de Lot. Lo característico de esas generaciones fue una vida entregada a los placeres, la ociosidad y el desprecio por la eternidad. Todo su tiempo era terrenal. Así será en la venida del Hijo del Hombre, dijo el Maestro. El sello de la vanagloria es inventar otro evangelio, salvarse así mismo. Tal vez esta es una de las razones por las que sea tan difícil aceptar el verdadero y único evangelio en la sociedad occidental.
La respuesta a la arrogancia extralimitada que manifiesta el hombre de nuestro tiempo, su fanfarronería insoportable, la tenemos en la revelación del evangelio que recibió el apóstol Pablo, enseñando que la salvación es de Dios, y añade: Por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:8). Está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor (1 Corintios 1:31). La buena nueva nos libra de la vanidad y la arrogancia que tanto ensucia al hombre en su imagen y semejanza de Dios, cuando volviendo en sí comprendemos nuestra infinita debilidad e impotencia reconociendo la suficiencia del Eterno. Por delante quedará un camino de humildad libertador de la jactancia.