TIEMPOS FINALES (11) – Implacables
Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán… implacables… (2 Timoteo 3:1,3).
Cuando hablamos de un hombre implacable estamos identificando a la persona con un carácter violento en extremo. Sin escrúpulos. Inflexible. Endurecido. Sin afecto natural. Sin conciencia. Parece haber perdido la humanidad y su capacidad de conmoverse. No le importa el sufrimiento ajeno. La vida humana no tiene ningún valor para las personas con este tipo de carácter. Generalmente son líderes, gobernantes que acaparan un gran dominio sobre sociedades o naciones. También los encontramos en los hogares, en las empresas, en las universidades, en la política y por supuesto en el ámbito religioso. Pueden tener aspecto agradable, bien vestidos, encorbatados, pero detrás de una sonrisa pasajera anidan una frialdad y dureza de corazón que hiela la sangre.
La implacabilidad puede esconderse detrás de intereses de estado, de empresa, del cumplimiento de una visión, de un proyecto donde hay en juego miles o millones de euros. Entonces todo vale. El interés económico que se ramifica en dominio sobre los hombres, poder sexual sobre el sexo contrario que doblega las voluntades más firmes cuando se decide el pan de los hijos, el bienestar material y trepar en la escala social. De esta forma, ser despiadados se convierte en una necesidad básica justificando cualquier medio para conseguir los fines.
En definitiva, aceptamos con naturalidad el carácter implacable de los hombres como parte del «juego democrático». Así, nuestra sociedad cobija, respeta y comprende a líderes de hielo, sin atisbo de humanidad, cínicos, manipuladores aferrados a la mentira como parte esencial de su comportamiento, porque un poder superior dirige a todos ellos: gobernantes y gobernados en el ámbito que sea. En muchos colegios encontramos a jovencitos siendo implacables en su acoso a otros compañeros por el simple placer de verles sufrir. Incluso niños de corta edad manifiestan este tipo de carácter, actúan con dureza en su tiranía hacia los padres, que estos aceptan como muestra de amor mal entendido, para no permitir la frustración que significa decir ¡no! a los caprichos infantiles.
La respuesta a esta maldad la encontramos en el evangelio de Jesús que cambia el corazón de piedra y lo transforma en un corazón de carne. Nos libra de la violencia de una naturaleza caída reproduciendo la vida del príncipe de paz. El mensaje de la cruz quebranta la maldad y el pecado del hombre devolviéndole la humanidad con la simiente eterna. El evangelio es poder de Dios para salvar a los hombres de sí mismos, de su propia iniquidad, trasladándolos al reino de su amado Hijo. Señor, venga a nosotros tu reino.